Recreando a Macondo
La literatura y los medios audiovisuales son dos lenguajes diferentes, por lo que ver la serie Cien Años de Soledad no reemplaza la lectura del libro.
La lectura es un ejercicio de imaginación. Un juego en el que el escritor - con sus palabras - describe y relata contextos, personajes e historias, y el lector - con su experiencia y curiosidad - las recrea en su mente. Cuanto más clara y precisa sea la construcción de frases, mayores posibilidades tendrá quien lee para imaginar estos escenarios… siempre y cuando se posea el bagaje cultural para entenderlas.
Por su parte, las artes audiovisuales, como el cine y la televisión, le ahorran al espectador el tener que imaginar cómo se ve un personaje, cómo es un lugar o el contexto en el que se da una escena. Aquí, el bagaje cultural se reemplaza con recursos; recursos narrativos, para facilitar el proceso de entendimiento de la audiencia; recursos económicos, que permitan el uso de más y mejores tecnologías, la contratación de buenos talentos y la búsqueda y recreación de locaciones. Además, la visión e intereses del director y los productores prevalecen sobre los del público.
“Casi siempre, cuando las películas destacan los elementos cinematográficos, terminan por ser mejores que cuando se enfocan solo en la historia. En eso el libro suele ser mejor”, afirma Nora León Real, profesora de Literatura Hispánica en el Tecnológico de Monterrey.
Cien Años de Soledad es una obra tan grande y tan rica en narrativa que, cuando anunciaron que la adaptarían para la plataforma Netflix, sentí rechazo.
Leí por primera vez Cien Años de Soledad en la adolescencia, por lo que la construcción mental y desarrollo de Macondo, y seguirle el linaje de los Buendía no fue sencillo. Como muchos, leí la novela de Gabriel García Márquez por obligación académica.
De esa lectura se me quedaron escenas: los trastes de metal cobrando vida por culpa de los imanes, Remedios ascendiendo al cielo, las nubes de mariposas amarillas y las hormigas que están por todos lados.
Posteriormente volví a leerla para estudiar su estructura y crear paralelos con la historia de Colombia; también la escuché en formato de audiolibro por mero entretenimiento y placer. Cien Años de Soledad es una obra tan grande y tan rica en narrativa que, cuando anunciaron que la adaptarían para la plataforma Netflix, sentí rechazo. Sin embargo, le di una oportunidad a esos ocho episodios iniciales que narran lo que serían los primeros 50 años de Macondo y me llevé una grata sorpresa.
Sin entrar en detalles, encontré acertado el trabajo de los guionistas y directores porque, como menciona la profesora Nora León, se enfocaron en los elementos cinematográficos de la novela de García Márquez. En los hechos que transforman al protagonista de la historia que es Macondo. Disfruté viendo cómo esas casas de barro y cañabrava se transforman en casonas con patio interior y detalles de calados en los marcos de las puertas. En cómo llegan los nuevos habitantes - indígenas, “árabes de pantuflas y argollas en las orejas” e italianos - y su influencia en la comunidad. En el rol de la cantina de Catarino, la construcción de la iglesia y la escena en la que Aureliano Buendía se entera de la llegada del telégrafo al pueblo.
Como muchos, leí Cien Años de Soledad por obligación académica.
Puedo entender las críticas de los detractores de la adaptación, como el crítico de cine Sandro Romero Rey y la escritora Carolina Sanín, quienes han dicho que García Márquez nunca autorizó la adaptación de esta novela y que ver la serie “atrofia la posibilidad de leer después el libro de manera profunda, rica y compleja”. Pueden tener razón; el Melquiades que siempre me imaginé es diferente al que vi y, posiblemente, al que imaginó el escritor colombiano. Igual me sucedió con José Arcadio y Pilar Ternera (interpretada por Viña Machado), que está mucho mejor a como la había recreado en mi mente.
La literatura y los medios audiovisuales son dos lenguajes diferentes, por lo que ver la serie Cien Años de Soledad no reemplaza la lectura del libro. Sin embargo, y gracias a las nuevas técnicas de rodaje y los recursos invertidos en la serie, trasladar el realismo mágico del papel a la pantalla es posible. Hoy se puede recrear a Macondo, algo que hace 10 años, cuando García Márquez seguía vivo, parecía tan irrealizable como cuando José Arcadio Buendía y Úrsula Iguarán dejaron su pueblo para cruzar la sierra y levantar una aldea “de 20 casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas blancas y enormes como huevos prehistóricos”.